A una pelirroja
No es el cobre matoso de tu pelo gorgoniano
o las finas chispas de tus cejas sobre ascuas
que me atrapan y retuercen mi destino entre tus manos
y que funden mi alma entera en tu fragua enamorada
No es el cuenco hondo de tu boca anhelosa
rojinegro volcán que me devora de parte a parte
ni los tizones vibrantes de tus pechos que son brasas
que rasgan mi piel y me calcinan la carne.
No es en fin, la mata rojiza que tozuda oculta
a mis ojos el fogoso cáliz donde bebo
el néctar dulce de la vida y que me jura
devolverme la vida cuando intoxicado muero.
Es tu piel, tierra abierta al plantar de mi simiente.
Es tu piel blanquirroja la que roba sueños a mi cama.
Son tus pecas infinitas que constelan mi alto cielo.
Son tus dunas que me engañan con planicies y con valles
y me empujan confundido hasta el cuenco de tu ombligo
a beber con desespero en él y arder en el olvido.