Háblame del mar
Háblame del mar
a mí,
que en lo inmarcesible
de mi mediterraneidad
me solazo en bosques y desiertos.
Oh, sí, ya lo he visto,
ya dejé que su espuma
acaricie mis pies descalzos
y me tiente a sepultarme
en su vientre frío y fosco.
¿Que si he escuchado su llamada?
El susurro
de mareas
y el olor
de la sal
impregnado
en mi epidermis
devolvieron
otra vez
al muchacho
que fui ayer
perdido
en la arena.
¡Pero háblame,
háblame del mar
al que saludas
en su vaivén
todos los días!
¿No te cuentan
los chillidos
de gaviotas
de tesoros
escondidos?
¿No atestigua
la estela,
blanca huella
de los barcos,
su presencia
en terribles travesías
y en los saltos
del atún?
¿Y las olas?
¿te han contado
del viaje
de aquel plancton trashumante,
y la hosca
y solitaria
majestad de la ballena
en lo sacro
del silencio
donde el sol
tiembla al entrar?
Abre tus oídos y cuenta
lo que te cuenta el mar.
El albatros
es tu guía
desde McMurdo a Svalbard.
Háblame, cuéntame
lo que te canta el mar.